LO SOÑADO Y LO VIVIDO (I)
La intención de estos tres artículos no es otra que la de facilitar, a quienes estén interesadas, una visión, personal y reducida, de los primeros tiempos del CALA y del proceso que nos ha conducido a la situación actual. Lo que sigue es algo subjetivo. Muy subjetivo. Así que no tiene pretensiones históricas ni “científicas”. Se trata más bien de dejar a la memoria que vague libremente, sin renunciar a poner cierto orden para que sea inteligible.
- Cuando me encontré con la noviolencia (en el contexto del referendum Otan, 1986) descubrí un vacío. En mi adolescencia y en mi primera juventud la autocreación personal ocupó un lugar muy importante en mi vida. El lugar central, me atrevería a decir. Pero en mi segunda juventud el antifranquismo y la posibilidad de una “revolución” colectiva hicieron desaparecer prácticamente el lazo entre la construcción personal y el compromiso político. Cada uno de estos procesos iba por su lado. Y el segundo lo ocupaba casi todo.
La noviolencia, el contacto personal con ella, con sus diversas gentes, fue para mí el choque deslumbrante con la posibilidad -y la necesidad- de reanudar la conexión entre lo personal y lo colectivo, la constatación de que en muchos aspectos estaba bloqueado, atrasado, desviado… Tenía mucho que aprender de muchas de aquellas personas.
Y, además, aquello no se reducía a determinadas conductas y actitudes, sino que tenía detrás una visión del mundo, un sentido y, lo que en aquel momento me pareció una puerta abierta a un nuevo recorrido, una metodología concreta y experimentada.
- Fui luego incorporando mis aprendizajes a mis prácticas. Con todas mis contradicciones, mis inconstancias, mis retrocesos y mis conflictos. Tanto en mis clases como en el movimiento de renovación pedagógica. Había entrado en la Escuela de Verano de Extremadura por motivaciones políticas e, incluso, partidistas, y derivé hacia una actividad en la que la noviolencia y la educación para la paz se convirtieron en el centro casi exclusivo.
- Aquello fue a más, pero no dejaba de ser algo complementario, una especie de actividades “periféricas”. Cada vez con más presencia, pero sin llegar a ocupar el centro. Y empecé, empezamos -porque ya eramos un grupo (incluso varios)-, a soñar con la posibilidad de un centro dedicado a lo que concebíamos como educación en valores alternativos. Lo de educación para la paz parecía que transmitía una imagen limitada de lo que queríamos y lo de “alternativo a lo dominante” añadía otra perspectiva más política, en el sentido más amplio del término. Pero no acababa de traspasar ese umbral, esa distancia, entre sueño y proyecto.
- Y entonces (en torno al 2000) se produjo el encuentro y la confluencia entre nuestro grupo y la gente montijana, la Escuela Educar para la Paz. Vimos que nuestro enfoque, nuestro presente y nuestros sueños eran muy coincidentes y pasamos, porque parecía que ya se daban las condiciones, del sueño al proyecto. El sueño está hecho de aspiraciones/deseos y esperanzas (y temores). El proyecto está construido sobre el sueño, pero el análisis de la realidad induce limitaciones y concreciones y la realidad las produce. El proyecto, en cada uno de sus momentos, es el reflejo de decisiones colectivas. El sueño no era único, era plural y diverso -cada cabeza y cada cuerpo tenían y tienen el suyo- pero, aun con sus tensiones y sus conflictos, era unificable en un proyecto que era, además, un proceso. Y esta unificación en el proceso del proyecto fue pariendo unas realidades que, en nuestro caso, mantienen, creo, la conexión con el sueño, son compatibles con él al tiempo que lo sustancian y lo encauzan, de modo similar a como el agua fluye adaptándose al terreno.
En el punto de partida había la suficiente homogeneidad y nuestra autoconstrucción como grupo avanzaba sin mucho esfuerzo. Las diferencias o eran secundarias o no se manifestaban. En la exaltación de los momentos iniciales pasaban fácilmente a un segundo plano.
- Para cada una de las que estábamos allí el proyecto significaba posiblemente una cosa diferente. Para mí era algo trascendental, que llegaba en el momento oportuno. Daba sentido a una trayectoria vital y abría posibilidades que veía como extraordinarias, potentes, ilusionantes… En cierto sentido, era el proyecto de mi vida. Al menos, uno de los proyectos de mi vida, creo -¡todavía!- que el más autónomo, el más integral, el más capaz de dar sentido al resto, el más compatible y facilitador de mi proyecto de vida y de persona.
- En el verano del 2000 se produjo -tras algunos intentos estériles y decepcionantes con otras instancias de la Junta- la oferta de la Consejería de Cultura para utilizar un Albergue Juvenil donde hacer el rodaje del proyecto. Y ese fue, en cierto sentido, el primer y gran salto a lo desconocido.
Para mí, el sentido central del proyecto era apoyar a las personas y colectivos que buscaban una transformación real. Me parecía que, con frecuencia, con demasiada frecuencia, estos grupos no eran grupos, no se cuidaban, no aunaban la construcción colectiva con la individual, tenían hábitos (formas y métodos) y actitudes que dificultaban o impedían la consecución de sus objetivos. El jerarquismo, en sus múltiples manifestaciones, era -y es- una especie de gangrena que los va debilitando y desviando y que lo hacía -y hace- incompatibles con la autocreación personal.
Entre estas personas y colectivos estaban en lugar destacado los movimientos sociales (ecologista, feminista, solidario, alternativo…) y, dentro de ellos, los movimientos por la renovación pedagógica.
- Creo que en aquellos momentos iniciales pensaba más en un trabajo de talleres de fin de semana y en un trabajo con el profesorado más que con el alumnado. Pero la propuesta de la Consejería era muy atractiva, aunque peligrosa. ¿Dónde estaba el peligro? Tal como ahora lo veo -también entonces, aunque tal vez más confusamente-, había varios:
- Me parecía que nos faltaba maduración, más tiempo para hacer el grupo, para debatir y poner en común lo que pensábamos y lo que queríamos, para formarnos mejor.
- La actividad con el alumnado iba a convertirse en el centro de nuestro trabajo, una especie de alteración, así lo veía yo, en el orden de nuestras prioridades.
- La relación con la Consejería permitía la contratación de cuatro personas y no podíamos saber cómo de estable podría ser esta relación, teniendo en cuenta nuestra apuesta por la independencia, y cuánto tiempo podría la Consejería apoyar y financiar una actividad que no iba a poder controlar.
- Y aún otro efecto colateral, ¿no representaría la financiación de la Junta un argumento para la potencial desconfianza de la gente a la que precisamente queríamos apoyar?
- Pesaron más los argumentos a favor y nos tiramos a la piscina. Creo que fue una decisión correcta, pero condicionó de alguna manera el futuro del proyecto. Volveré sobre ello.
Pasamos así a vivir seis personas en el Castillo de Luna. Aunque el primer año continué yendo diariamente a mi instituto en Badajoz, solicité comisión de servicio y luego traslado y terminé mis años de docencia en el instituto de Alburquerque. Eso fue para mí un cambio importante: seguramente perdí cosas, pero gané muchas más. En cualquier caso fue una decisión consciente y meditada. Creo que, sobre todo, fue la concreción de un cambio en el modo de entender el compromiso sociopolítico, lo que hoy llamaría “el trabajo sobre la creación de las precondiciones de la transformación”.
(continuará)