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PARAR PARA ENCONTRARNOS: REFLEXIONES SOBRE LA COOPERACIÓN DESDE LO LOCAL

Tras el estallido de la crisis multidimensional y sistémica en los países del Norte, el lema que desde las organizaciones de cooperación internacional veníamos utilizando históricamente en nuestras acciones de educación para el desarrollo, “Piensa globalmente y actúa localmente”, se ha popularizado y ahora escuchamos por todas partes que los actuales desafíos sociales son globales, cruzan fronteras, y que por tanto las respuestas a estos deben de estar guiadas por un enfoque global de acción local.

 

En este contexto parece que tienen más sentido que nunca las agendas internacionales de objetivos comunes, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o la Agenda Europea de Desarrollo, así como que las convocatorias de nuestros financiadores, y por ende la mayoría de los proyectos que se desarrollan desde las ONGD, las utilicen como guía principal de acción.

Sin embargo, me pregunto si desde los movimientos sociales no deberíamos de dejar de movernos por la inercia. Me planteo esta cuestión tras reflexionar acerca de mi participación en Badajoz en la organización del Paro Internacional de Mujeres del pasado 8M, en el que las organizaciones de mujeres a nivel mundial hemos desbordado las redes establecidas que desde las instituciones se han venido tejiendo para nosotras, visibilizando el despliegue del actual activismo feminista. Me la planteo, también, tras la relectura del ensayo Going to Beijing, de Silvia Federici, donde la escritora, profesora y activista analiza cómo la intervención del movimiento feminista se produjo a través de grandes conferencias internacionales desde la década de 1970, como una unión internacional de mujeres, encargadas de velar por las necesidades y deseos de la mujer ante los ojos del mundo y, así, decidir cuál sería la legítima agenda y la verdadera lucha feminista”, y donde se nos queda claro cómo las Naciones Unidas “colonizaron el movimiento feminista”, limitando su potencial revolucionario y asegurando que sus agendas “se adapten a los objetivos del capital internacional y de las instituciones que lo sustentan”.

La dimensión política

En el caso de las ONGD, como ya apuntaba a inicios de la crisis española Giorgio Mosangini (Collectiu d’Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament), el modelo de cooperación (acción) que desarrollamos debería caminar hacia la repolitización de esta. Apunta Mosangini que “el accionar de la Cooperación al Desarrollo debería colocarse al lado de los movimientos sociales para hacer de esta una herramienta verdadera al servicio de los mismos y de las necesarias y justas transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales que demandan los pueblos de los países del llamado Sur empobrecidos. Y ello sin obviar, sino al contrario, subrayando, que esos cambios estructurales empezaron hace tiempo a ser también urgentes en nuestras propias sociedades y, por lo tanto, la cooperación también deberá ser una herramienta para estos fines”.

Recuperar la dimensión política en la cooperación supone evitar el uso de esta para fines exclusivamente solidarios que no cuestionen las causas estructurales de la injusticia y la desigualdad, es decir, que no pongan en entredicho el actual sistema. Supone mantener la coherencia entre lo que perseguimos como objetivo con la cooperación y lo que hacemos a través de nuestros proyectos y de nuestra acción como ONGD.

Es cierto que somos un sector crítico y que a lo largo de la historia de la cooperación se han realizado continuos análisis que nos han hecho ir caminando y mejorando. Sin embargo, la acción de las ONGD se ha ido ajustando al sistema, convirtiéndose en una herramienta del poder político, social y también económico. Hemos sido partícipes, por ejemplo, de cómo el discurso de lo técnico, de la complejidad de las normativas, y de lo administrativo, se ha ido imponiendo como si fueran garantes de que estamos trabajando por el fin último que nos mueve como ONGD.

Como señala Andrés Cabanas, “trabajamos con población beneficiaria en lugar de sujetos políticos” y aceptamos que se privilegie el cumplimiento de “actividades y resultados” sobre procesos. Jesús González, en Movimientos Sociales y Cooperación. Ideas para el Debate[1] (Hegoa, 2012), expone que hay una “tensión sostenida de forma permanente en el mundo de la cooperación entre las opciones autodenominadas como apolíticas y aquellas que siempre entendieron que este es también un campo de lucha social y política” y que, desde su punto de vista, deberíamos urgentemente romper y asumir que, como agentes implicados, las ONGD no podemos estar al margen de los contextos, específicos y globales, en los que actuamos. En suma, “la cooperación no gubernamental, aquella que debería mantener un compromiso firme con quienes sufren las peores consecuencias del modelo dominante, se convierte en gran medida en empresas de cooperación que no solo no subvierten ese modelo sino que lo alimentan”.

La actual situación planetaria y las experiencias pasadas de los diferentes movimientos sociales (como el antiglobalización, el indígena o el ecologista) deberían hacernos ver que es importante conseguir que se entienda el mensaje y evitar que se pervierta el lenguaje, deberían hacernos ver a las ONGD que es importante intentar que no nos utilice para seguir manteniendo la estructura mundial.

El ejemplo del Paro Internacional de Mujeres

Han sido los movimientos feministas, en concreto su reciente actuación de trabajo internacionalista con la organización del Paro Internacional de Mujeres, el que ha puesto nuevamente de manifiesto que nuestras respuestas de resistencia y lucha contra el actual sistema, que nuestra apuesta de construcción de alternativas, deberían venir de la mano de la construcción de nuevas redes de movimientos sociales que impulsen un nuevas propuestas y que impliquen la conexión entre espacios locales, nacionales, regionales y globales.

No debería darnos miedo estar en minoría, ser pequeñas. El trabajo que desarrollamos debe pasar por ser creativas y arriesgadas, cruzar saberes entre pueblos y movimientos para crear pensamiento nuevo que permita afinar nuestras acciones. Tenemos que dar visibilidad a las pequeñas luchas que cambian situaciones, por pequeñas que sean. No debemos tener miedo a abrirnos y a que en nuestros espacios conviva el academicismo con los saberes intuitivos, tenemos que tejer desde la diversidad de todos los rincones con horizontalidad y no desde la supremacía del Norte donante.

A todo esto pueden sumarse muchas otras cuestiones, como por ejemplo lo poco volcadas que estamos en el cuidado de las relaciones internas y lo muy volcadas que estamos en la lucha y la construcción hacia fuera, cuestiones que también podríamos analizar desde la visibilización de los logros de los movimientos feministas.

Es por ello que el éxito del pasado Paro Internacional de Mujeres nos interpela a todos los sectores sociales, sobre todo a aquellos que pretendemos transformar el mundo en el que vivimos y que trabajamos para ello. Las ONGD tenemos una responsabilidad política y continuamente exigimos un papel que jugar en las situaciones de injusticia y desigualdad. Y es aquí, donde nosotras decidimos, podemos jugar un papel de compromiso con los nuevos procesos de transformación a nivel local y global, en el Norte y en el Sur, y en los que se tiene a los movimientos sociales como sujetos políticos, como se apunta en la publicación de Hegoa, o seguir manteniendo el juego al sistema dominante, invisibilizando, no dando valor, no apoyando o minusvalorando las acciones y luchas que no entran en nuestra matriz de marco lógico.

Berta Cáceres decía que las luchas “se desprecian e invisibilizan porque para quienes tienen el poder político y económico son un mal ejemplo. Inspiran la lucha emancipatoria de los pueblos y demuestran que sí son posibles otras formas de vida que protegen el planeta. Esto es contrario al proyecto de dominación hegemónica que se impone en todo el mundo y que pretende saquear los recursos estratégicos de los pueblos”.

Ana Dávila Jaraíz es activista feminista y militante en ONGD extremeñas.

Artículo elaborado para Pueblos en el marco del proyecto “Tendiendo Puentes desde Extremadura para la construcción de una ciudadanía global en defensa de los DDHH y de las mujeres”, financiado por la Agencia Extremeña de Cooperación para el Desarrollo (AEXCID).

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